¿Por qué somos troneros (y jaimeras)? El hechizo del Trono de Hierro (primera parte)

Recientemente, Dama Blanca describía este blog como un “refugio calientito” pero también lo comparó con “El Mundo de Oz”. Me dejó meditando en lo que es este blog, en lo que somos y en mi rol. ¿Soy el hada que ofrece una puerta para huir del frio mundo real, o la Bruja de Hansel y Gretel quien también ofrece letal  refugio a los huerfanitos? O peor, ¿seré el chambón y engañoso Mago de Oz? Nunca he pretendido aprovecharme de la soledad o aburrimiento ajenos, pero parafraseando a Tennessee Williams, no hay nada más egoísta que estar solos en un mundo de solitarios. Claro que no son nuestras mutuas soledades las que nos unen sino un fenómeno más complejo: el fanatismo o como lo llaman ahora, el frikismo.

Hace unos días que mi padre anda comentando lo injusto que es que en el mundo los de mejor sueldo no sean los profesionales sino los habitantes del mundo farandulero, “gente que no le hace ningún bien a la humanidad”. Me sentí culpable. Sin la farándula yo nunca podría haberme independizado ni haber puesto por una década comida en mi mesa y en la de otros. Y aunque la cercanía a ese mundo ficticio me ha hecho despreciar un poco y sentir lástima por los actores, no podría decir que Sean Bean, Lena Hadley, Peter Dinklage (y por supuesto Nikolaj-Coster Waldau) no le hagan un bien  tal vez no a la humanidad, pero si a esa comunidad de obsesionados con la obra de George R.R. Martin.

El culto a quienes nos entretienen es muy antiguo. Existe desde que los romanos les apostaban a los gladiadores, pero el auge del entretenimiento masivo de estos últimos doscientos años ha generado el fenómeno del “fandom”. Aunque hubo una ola de suicidios tras la prematura muerte de Rodolfo Valentino, la existencia de fanáticos de determinados artistas parecía ser  inofensiva. A lo más provocaban risitas despectivas los espectáculos de histeria masiva motivados por las voces de Frankie, Elvis o Los Cuatro de Liverpool. Fue en los 60’s, en mi infancia, cuando por primera vez se asoció esta adoración colectiva con violencia y peligro.

Frankie apachurrado por sus fans. (century.guardian.co.uk)

En diciembre de 1969, durante un concierto de los Rolling Stones que cobraría cinco muertos (cuatro accidentales) y muchos heridos,  al intentar subir al escenario un fan fue acuchillado por los miembros de la banda motociclista “Hell’s Angels”. Fue un abre-ojos a los peligros que significa ser fan. Una década más tarde, John Hinkley, que por amor a Jodie Foster intentó matar al Presidente Reagan, y el trágico asesinato de John Lennon (seguido por varios suicidios entre los admiradores del ex Beatle) demostraron lo frágil que era la línea entre  fan y  obsesivo psicópata.

Hell's Angels en el fatídico concierto (morethings.com)

Por supuesto que hay una diferencia grande entre ser “tronero” y ser fan obsesivo. Después de todo estamos enamorados de una obra, tal vez de algunos personajes, pero no alucinamos por actores, no vivimos pendientes de su vida, no los acechamos para reportar vía Twitter sus más mínimos movimientos como hacen las groupies de Robert Pattinson. Nos volverá locas la apostura del Gran Danés, pero más alla de  nuestras recónditas fantasías, no soñamos con divorciarlo, hacerlo nuestro amante, o que nos lleve al altar. Incluso, he notado entre las “jaimeras” mucho respeto por su vida privada y mucha admiración por el modo en que Nik conjuga su rol paternal con el de estrella-símbolo sexual.

Todas queremos que Nik siga siendo buen padre y esposo...

Pero muchas quisieramos sentir esa manito en nuestras piernas (facebook)

Aun así, siempre habrá el sesudo sociólogo/psicólogo que vera aspectos aberrantes en el modo en que un grupo de personas reacciona ante  una fascinante obra literaria. No están tan alejados de la verdad, porque ya se sabe que ciertas lecturas enloquecen y sus frikis se van por los caminos a pelear con molinos de viento o a hacer revoluciones como los fans de Der Kapital de Carlitos Marx. Si existen comunidades de lectores internautas que se reúnen a debatir sobre Mein Kampf o las obras del Marques de Sade, nada bueno podemos esperar de ellos.  Y aunque lo nuestro es entretenimiento de masas, ya hemos visto que se ha acusado a los hogwartianos de ser satánicos y se ha escrito hasta la nausea sobre como Luna Nueva promueve el suicidio adolescente y nuestra amada Canción hace lo propio con la misoginia machista.

Como Don Quijote estamos obsesionados con cuentos de damas, caballeros y dragones

Como bibliotecaria siempre he creído que no hay lecturas malas sino malos lectores y que la censura debe ejercerse no prohibiendo ciertos filmes o libros sino estimulando a padres y guardianes a guiar las lecturas de sus hijos ¿pero qué se hace con lectores adultos? Nomás confiar en nuestro criterio y esperar que no haya algún embrión de asesino en serie en la comunidad tronera que se le ocurra andar cortando manos y cabezas o quemando niñas en piras funerarias.

En mi época (estrictamente pre-Internet/cable/celular/redes sociales) ya había un trend entre adolescentes que podía calificarse de frikismo y esa era la obsesión con “Star Trek”. Mis primeros dos años de secundaria (que también fueron mis primeros dos años en USA) los pasé en la United Nations International School (UNIS) una de las instituciones educacionales más prestigiosas del mundo. Me temo que yo no supe aprovechar el privilegio de estudiar en tan exaltada escuela y solo conservo malos recuerdos y una visión muy negativa de la educación elitista.

Los quinceañeros de UNIS podían ser divididos en tres grupos (los como yo que no hablábamos inglés, pertenecíamos a una periferia inferior y semi invisible): los promiscuos, los drogadictos y los nerds. En el primer grupo había algunos individuos que llegaban a niveles peligrosos en su exploración sexual, en el segundo había un par de traficantes y el tercero albergaba algunos casos que ya podían calificarse de dementes. Sin embargo, el grupo más útil y respetable era el tercero, la mitad del cual ya tenía fama de “intelectual”. Los intelectuales compartían tres rasgos en común: su amor al estudio, su fascinación por las computadoras que en los 70’s no eran nada de amistosas, y su obsesión por las aventuras del Capitán Kirk.

¡Hasta Natalie Portman es trekki!

Los trekkies eran, según mi experiencia, el grupo más inteligente del estudiantado, pero también el más tranquilo, el más sano, el menos problemático y el único en donde encontré un amago de amistad, de empatía y muchas virtudes que no solemos asociar con adolescentes. Con los años he conocido a más trekkies, incluso algunos casados con amigas cercanas. He descubierto que son buenos maridos, muy hogareños, muy flexibles y poco dados a discusiones y gritos. Su mayor demanda es que sus conyugues les acompañen en peregrinaciones anuales a convenciones dedicadas a su serie fetiche.

Obvio que generalizo. No todos los trekkies son tan angelicales ni ser fan de la franquicia  predispone a ser un genio o buen esposo, pero algo de eso hay. Y si investigamos otras comunidades similares posteriores a la Trekkie también hallaremos perfiles, patrones de comportamiento y hasta virtudes y fallas compartidas por sus miembros.

El caso de la comunidad tronera es un poco más difícil de definir. Todavía no hay convenciones y como franquicia está en pañales, pero que va camino a fenómeno es seguro. ¿Cuál es el gancho de Canción de Cielo y Fuego y de la serie “Juego de Tronos”? ¿Qué motiva a un espectador o lector a volverse tronero?

Tras casi un año de deambular por foros y sitios dedicados a la saga veo que gran parte de los troneros son varones, aficionados a la Alta Fantasía, o interesados en guerras medievales y en ese tipo de historias. Sin embargo, la serie ha aportado otro perfil de usuario, uno que no le interesa para nada lo fantástico, y entre estos nuevos troneros hay muchísimas mujeres. ¿Qué hace que una mujer se embelese con una historia violenta, brutal, cruel y, como dice la esposa de mi tío, es “solo para machos”?

Para esto tenemos que encontrar las bases de su argumento. Cuando pido que me resuman  la trama de Canción de Hielo y Fuego siempre me salen con “una historia de disputas de poder en un mundo ficticio y fantástico”. Tienen razón, pero por importante que sean estas guerras entre poderosos, ese no es el meollo de una historia que gira en torno a un gran tema: la familia. Por algo Martin se esforzó tanto en crear diferentes casas y les otorgó historias y pedigrí, a veces criminal como si fueran famiglie della mafia. Como “Los Soprano, y en menor escala “El Imperio del Contrabando”, “Juego de Tronos” gira en torno a familias disfuncionales que aspiran llegar a la cúspide del poder, pero se debilitan debido a luchas internas.

¿Ned Stark fue un padre disfuncional? (fanpop.com)

Cada personaje importante de la saga está sujeto a un determinismo naturalista, su herencia biológica los predestina a seguir ciertos caminos y a ser lo que son. Si Lord Selwyn ha sido compasivo y comprensivo con las chifladuras de su hija, Brienne también está condicionada para mostrarse piadosa y tolerante con quienes crucen su camino. Dentro de nuestro Matarreyes se debaten la sensibilidad del Abuelo Tytus, la dulzura de Joanna y la férrea y cruel tenacidad de Tywin.

¿Es la personalidad del Matarreyes algo hereditario? (focus.de)

En “Juego de Tronos” vemos a los personajes ser moldeados por padres que muchas veces son verdugos de sus hijos. Pero también vemos a muchos que son victimas de sus hermanos. El Síndrome del Cruel Hermano ha afectado las vidas de gente tan distante como lo son Daenerys y Sandor Clegane. En cuanto a Jaime, él es victima de una hermana que despertó su sexualidad solo para castrarlo emocionalmente. Curiosamente, Daenerys ha hecho suyos muchos de los rasgos de Viserys; hasta su mutilación Jaime era un espejo de la soberbia y egoísmo de su gemela y El Perro es a veces tan brutal como La Montaña.

La herencia de sangre es más determinante que la del linaje y por eso vemos a muchos personajes intentar desembarazarse de las reglas que gobiernan su condición familiar como lo hicieron Tyrion y Sam.  Brienne se ha liberado incluso de las leyes que gobiernan su género. En cambio, Theon se ve atrapado por sus deberes familiares que lo llevarán a su  destrucción.

Los Greyjoy en una  violenta reunión familiar  (hieloyfuego.wikia.com)

Con todo lo dicho nos queda claro que Canción es una historia “familiar”, tal vez no al nivel de “Los Waltons” o “La Casita en la Pradera”, pero donde los lazos familiares modelan y alteran los destinos y personalidades de los personajes. A las mujeres nos gustan las novelas sicológicas y adoramos las sagas familiares. Nuestra curiosidad y sexto sentido nos impulsa a investigar las raíces sicológicas de los personajes, estamos siempre atentas a su desarrollo interior y nos identificamos con las mujeres de la obra que deben lidiar con su propia identidad, con un mundo que las desprecia y con hombres atormentados. Suena bastante parecido al mundo real ¿o no?

 Yo me confieso como una persona que se interesa más en la construcción de los personajes que en la trama en si. Y veo que en mis Reyes también hay mucho interés intelectual en las motivaciones y desmotivaciones de todos estos individuos a los que se les puede acusar de todo, menos de ser unidimensionales.

Antes que se me acuse de sexista, reconozco que también hay lectores del sexo feo que gustan de las honduras sicológicas y de los vericuetos interiores que Martin ha desarrollado dentro de su saga. Como también creo que hay hombres que pueden sentirse atraído por otro gancho que la Canción nos ha lanzado a ese subgrupo de “troneras” que nos autodenominamos “jaimeras” y que va enlazado a otro tema menos fácil de reconocer: la ausencia y la presencia de la ternura en este universo Martiniano. Pero de esto hablaremos en otro post.

Volviendo a mi párrafo inicial, no creo ser hada ni bruja y en cuanto al Mago de Oz, ese solo tiene un nombre: George R.R. Martin.