En mi búsqueda por rescatar (al menos en
recuerdo) el comic fantástico latino,
no puedo dejar afuera la contribución de mi país al mundo de la historieta. Es por
eso que hoy les hablo de dos pulps
nacionales, cada uno dotado de personajes muy originales, que deleitaron mi
infancia y temprana adolescencia.
Comienzo con “El Intocable”. Nacido en las prolíficas
imprentas de la Zig-Zag en 1966, mi primer año escolar, El Intocable era el
sobrenombre de Mizomba, un héroe justiciero que habitaba las selvas del África
Ecuatorial. Venerado por la tribu sobre
la que lideraba su padre adoptivo, Mukala, el tal Mizomba se creía un enviado
de su dios Klitan, Señor de la Montaña de fuego.
El aspecto de Mizomba era realmente diferente del
de su tribu, puesto que se trataba de un gigante blanco y rubio. En realidad,
el look caucásico de Mizomba se debía
a que era hijo del noble inglés Sir Richard Manley, y único sobreviviente del
navío “Argos” en el cual habían perecido sus padres.
Mizomba, cuyas aventuras llegaron a su fin en
1974, luchaba por proteger a su gente de otras tribus, del hombre blanco, de
cazadores de esclavos árabes y de grandes depredadores. Lo más fantástico del rubio
era su aura y el que alguna vez tuviese que lidiar con médicos brujos y su
magia negra; descubrir alguna que otra civilización perdida y utilizar la
inteligencia casi sobrenatural de sus ayudantes animales. A mí, por supuesto,
me interesaba más saber con quien se casaría el Intocable: ¿con la negrita Carola
o la rubia Lady Mariana?
Obviamente, José Zamorano, el creador de Mizomba
se había inspirado en el Tarzán de Rice Burroughs para inventarse a este
Intocable. Más novedosa y fantástica fue la contraparte femenina de Mizomba que
Juan Bley saca al mercado en 1970. A diferencia de El Intocable (y de sus
antecesoras la italiana “Pantera Rubia” que desde los 50’s era publicada en
Chile, y la Elundi de los Tigres, otra princesa hindú que reinaba en las
junglas donde ni el monzón la despojaba de su bikini) “Mawa de la Jungla” residía en un espacio
latinoamericano y no tenía nada de caucásica.
Mawa vivía en el Matto Grosso A pesar de que
uno de sus apodos era “diosa blanca”, su piel era cobriza y su cabello oscuro,
pero las tribus que le rendían pleitesía no la veían como una de ellos. Se la
conocía como la “Sacerdotisa de la Silla del Diablo” (un monte que llegué a identificar
con Roraima en la Amazonía venezolana). Nunca se supo de qué culto era sacerdotisa,
y finalmente para los indios, ella era una diosa protectora.
No se sabía nada de sus orígenes ni de donde venia.
Una amiga mía juraba que Mawa descendía de los habitantes de Atlántida. Su
secreto estaba unido a un puñal malayo en cuyo mango iba escondida la foto de
los padres de la diosa de la jungla. Por eso se creía que su origen era en
algún punto del Oriente.
Los dibujantes Juan Francisco Jara y otro de
apellido Quiñones, cuyo nombre se me escapa, vistieron a Mawa con un ceñido
traje de baño hecho en piel de jaguar. En algunas ediciones andaba descalza, en
otras con zapatillas y una coqueta banda para el cabello que hacia juego con el
bañador. Otros detalles femeninos eran los aretes y hasta pulseras, que no sé
donde compraría
A pesar de que sus dibujantes la dotaron de
curvas voluptuosas, Mawa era una mujer sin hombre, algo que perturbaba mi romántica
imaginación de pre-adolescente. Cada vez que algún macho (casi siempre un afuerino
blanco y atrevido) le ponía la mano encima a la sacerdotisa ya se sabia que el
insolente tendría mal fin.
Sin embargo, no era un personaje antipático o
inhumano, tenia sentido del humor, amparaba a su gente y era buena amiga de los
indios amazónicos. Lo mas importante es que la adelantada Mawa era una
medioambientalista total, vivía para proteger selva, etnias y fauna de los depredadores blancos y sus “pájaros de
fuego” (léase balas).
Iba a todos lados acompañada de un par de jaguares
sagrados, Usha y Saak, a los que trataba
como si fueran humanos. Algo que siempre me incomodó era como Mawa podía pasear
con sus mascotas luciendo un traje hecho de piel de jaguar. Tal vez era sintética.
Si mi hermano gozaba con las andanzas de
Mizomba, las niñas nos identificábamos con la “diosa de la jungla”,
conjeturábamos sobre sus orígenes, sobre si seria una creación de Loloto, su
consejero-brujo, y nos intrigaban detalles mundanos como dónde dormía, dónde iba al baño y qué
tipo de toallas higiénicas usaría.
En ese entonces, yo, devota del libro de Bernard
Heuvelmans Tras la pista de los animales
desconocidos, también encontraba fascinante los encuentros de Mawa con
entes sacados de la criptozoologia. La diosa se enfrentaba a dinosaurios, boas
gigantescas y un ogro de la montaña que yo identifiqué como el misterioso mono
antropoide de la Sierra de Perija al que alude en su libro Heuvelmans
Me cuentan que después de mi partida de Chile,
a Mawa la mandaron a la India. Al final venia de allá, y que la pusieron a
combatir contra un tal Dr. Diavolo y hasta le inventaron romance con un cazador
llamado Víctor Nagaland. Yo prefiero pensar en ella como un producto
sudamericano y residente de las junglas de nuestro continente.