Este seis de agosto se celebró el vigésimo aniversario de la
publicación original de Juego de Tronos,
primer volumen de Una Canción de Hielo y
de Fuego, si la misma franquicia que ha causado el fenómeno mejor conocido como “Game of Thrones” (o por sus siglas “GOT “por la serie hit de
HBO.) Hoy es casi imposible encontrar a alguien que desconozca la opus magna de George R.R. Martin. ¿Pero
cómo fue en su inicio? ¿Predecía este primer volumen el brillante futuro que esperaba a la saga?
Es en un 6 de agosto
de 1996, que Bantam saca a la venta un libro titulado Game of Thrones. Aunque su autor George .R. Martin goza ya de prestigio entre
los escritores de ciencia ficción, el haber escrito una obra que cae bajo el
rubro de “literatura fantástica” es un desafío. Por aquel entonces la fantasía “a lo Tolkien” únicamente es apreciada por una comunidad pequeña de
devotos. La fantasía en general no es
parte de lo que se considera “mainestream”. Solo la consumen un puñado de
lectores selectos.
Acuérdense que esos eran los días en que una tal Jane Rowling
andaba de puerta en puerta, de editorial en editorial, intentando colocar su mamotreto
sobre un alumno de brujería llamado Harry Potter. Aun así parecía ser un buen
momento para los amantes de la fantasía épica.
Por algo las listas de bestsellers incluyen escritores como Mercedes Lackey, Marion Zimmer Bradley y
Andrez Sapowski, hoy archiconocidos como maestros del género fantástico. Por último,
es en 1996 cuando Diana Gabaldon publica Tambores de Otoño, el cuarto volumen de su saga “Outlander”, algo que en su momento yo ignoré
completamente.
Lo que me apabulla es no haber sabido a fines del Siglo XX,
que la Era de la Fantasía se acercaba y se anunciaba con trombones y bombos. Revisando la lista de los más vendidos
reconozco haber leído en ese año Angela´s
Ashes y The Divine Secrets of the
Yaya Sisterhood, pero ni me enteré que Sir Terry Pratchett sacó ese año Hogfather, otra adición al Mundodisco. Yo
no sabía dónde quedaba Shannara, o quién era Neil Gaiman, y ciertamente un
libro sobre un mundo ficticio donde los inviernos duraban décadas no me atraía.
Es increíble que nadie presintiera en su momento lo que
significaba Juego de Tronos, tanto así
que ni siquiera llegó a la cima de los bestsellers, ese honor le caería a su
continuación Choque de Reyes. Ahora
hasta el más ignorante de lo “fantasioso” sabe lo que es un Caminante Blanco, como se divide Poniente, el
tamaño de un huargo, y la importancia de ser una Khaleesi. La Reina Isabel se ha sentado en El Trono de Hierro y hasta Obama quería saber si resucitaría Jon Snow.
Como he dicho en blogs pasados, a partir del nacimiento del “Niño
que Vivió”, el mundo se enamoró de la fantasía. Aun los detractores de HarryPotter (y sus innumerables clones) ayudaron a fomentar el interés por la
literatura fantástica. Esta dejó de ser
un género para niños y freaks antisociales. Pero sigo pensando que hay en la
obra Martiniana “un algo” diferente que la predestinaba entonces, en ese año
pre-Harry Potter, a salirse del género y pasar a ser un fenómeno de culto.
Como sabemos los troneros, Juego de Tronos es la fusión de dos historias bastantes distantes
entre sí. Martin planeaba explorar un nuevo campo, el de la novela histórica. Quería
escribir algo épico sobre La Guerra de las Rosas y sobre como las luchas por el
poder deformaban y transformaban a quienes tomaban parte en ellas.
A medida que escribía, Ser George se encontró con obstáculos
que lo llevaron a replegarse a terrenos más mágicos y familiares. La trama
quedaba mejor si se la enmarcaba en un universo prodigioso gobernado por dioses extraños y sus aún más extraños
servidores; dotado de un clima
endiabladamente complejo; y bajo una amenaza latente que iba más allá de las
ansias de poder humanas, el miedo de algo no humano que podía descender sobre
los hombres en esos inviernos longevos y misteriosos.
Pensándolo bien ese es el portento de la saga. El maridaje
entre lo sobrenatural y lo real. Pero Martin fue más allá. Había escrito hacia
poco un relato largo (una “novella” como se la conoce en inglés) sobre una
princesa que criaba dragones como hijos y también soñaba con volver a su
reino. De hecho, la historia de Daenerys Targaryen ganaría un Hugo como un
relato aparte titulado Blood of the Dragon (La sangre del dragón). Lo interesante sería saber qué llevó a Ser George a decidir que La Madre de Dragones
debería ser una candidata al Trono de Hierro y que sus hijos saurios añadirían
más magia a su cuento.
En su “Not a Blog”, Martin ha evocado como Jugo
de Tronos obtuvo criticas (en general ,buenas) y que su venta fue “okay” , pero que la gira fue semi desastrosa llegando en St. Louis, el autor, a ahuyentar a los cuatro gatos que se atrevieron
a presentarse a su charla.
La mayoría de los artículos
que celebran el vigésimo aniversario apoyan la tesis de que la fama de la obra Martiniana se debe solamente a la serie de HBO. Sin
desmerecer a “Game of Thrones” que ha
llevado a la saga a los cuatro puntos cardinales, tampoco quiero disminuir el
poder lector que Ser George creo a base de sus tres primeros volúmenes. Por
algo la HBO se arriesgó a adaptar una historia de envergadura tan épica que les iba
a vaciar las arcas. Por algo Weiss&Benioff (que no son amigos de lo fantástico)
se confesaron como devotos de la “Canción”.
¿Qué hace que gente que nunca se ha interesado en los
quehaceres de Terramar, Narnia o Mundo Disco deseen saber lo qué ocurre en Los
7 Reinos? Yo ,que siempre he tenido problemas con Tolkien y nunca pude terminar La Torre Oscura, soy una
tronera devota. Mis razones para serlo tal vez sean las del grueso del fandom: Corríjanme
si me equivoco.
1.
Amo lo reconocible de su ambiente. Me entusiasma
lo inimaginable que espera más allá del Muro, todavía sueño con ir de tour a Asshai, y me encantó esa aventura de Jorah y Tyrion por
las ruinas de Valiria y el lugar destierro de Los Hombres de Piedra. Sin embargo,
lo que me hizo sentir cómoda con el texto fue ese trasfondo familiar para
una fanática de la historia medieval como lo soy yo.
Reconocí el entorno artúrico de Invernalia, las leyes
vikingas que gobiernan Las Islas de Hierro, los enredos Bizantinos (así con
mayúscula) de una Desembarco del Rey que evocaba a la Constantinopla de
Justiniano y Theodora (ahora convertida en Cersei).
(Fanpop.com) |
2.
Amo la variedad de personajes y su profundidad. Ningún
héroe o anti-héroe de fantasía épica se
acerca a la grandiosidad del Matarreyes,
ninguna doncella caballero presenta las torpezas, fragilidades y
humanidad de Brienne, y Sam Tarly tendrá parecidos con Samsagaz, pero su personalidad
es muchísimo más compleja y humana. Mis
respetos a Robert Jordan (QEPD), Patrick Rothfuss y Joe Abercrombie pero no los
creo capaces de crear una Melisandre, una Sansa Stark, un Sandor Clegane o un
Davos Seaworth.
¿Hay otras razones encapsuladas en Juego de Tronos que la predestinaba a
ser un fenómeno literario?